Desde que terminé de leer la columna de Julieta “Vivir atormentadas de sentido” no puedo dejar de cantar una canción, en realidad un renglón de una canción porque la verdad es que me cuesta recordar esas canciones en las que se enumeran muchas cosas. Hace días que vengo cantando: “de las lágrimas para llorar cuando valga la pena”. Y ahí empecé a pensar: cuando dice “valga la pena” ¿quiere decir pena de tristeza o significa que algo realmente importe? Porque sí que vale la pena o hace sentido llorar de risa y no es que sea una pena, pero vale la pena. Y pensaba en las lágrimas tan propias (como las penas) y en las vaquitas tan ajenas. Yo soy llorona por definición, puedo llorar cuando mis hijas cantan el himno en la escuela ¿por qué? No sé. No es que me emocione tanto el himno ni que ellas lo canten tan mal ni que me produzca tristeza ni siquiera me da risa, pero hay una conjunción extraña ahí que me hace llorar.
He llorado mucho por mis amores y eso incluye a mis mascotas y lo traigo a esta columna porque quiero llevarles tranquilidad a todas las personas que nos quedamos sorpresa con la noticia de que el gato de Julieta había decidido irse de casa. Tranquilidad, volvió. Después de arduas negociaciones con su dueña, parecería que habrían llegado a un acuerdo.
Hablando de gatos, gatopardismo dicen que es la acción de cambiar todo para no cambiar nada. Me pregunto cómo se dirá a la acción de decir todo para no decir nada. No digan: política, porque eso es mala prensa. Pero pienso en mí, que escribo este choclo de sin sentidos y encima lo publico y recuerdo a Cristina diciendo: hagan un partido y ganen las elecciones y pienso en que nosotras hicimos un medio y publicamos, claro.
Igual hay muchos que dicen lo que quieren, como Lanata, ¿verdad? No sé porqué lo nombro, pero la verdad es que me indigna y me asquea preguntándose ¿“en serio” me vienen a cuestionar a mí.? Y sí, porque si usted señor, tiene la libertad de decir, todo el resto de les seres humanos tenemos derecho a cuestionar. ¿En serio le pagan a gente así por hacer esas cosas? ¿En serio estudiábamos con sus textos en la carrera de periodismo? ¿En serio se puede cambiar tanto o en realidad es gatopardismo y siempre fue así?
Está re de moda decir ¿En serio tal cosa? ¿En serio tal otra? Hace poco fui a un bar con amigas y una de ellas pidió Fernet con cola sin azúcar y el mozo la miró raro y le dijo: ¿en serio? Dos minutos después, me estaba trayendo a mi un Campari hecho con Mirinda… ¿En serio?
Volviendo al tema lágrimas, mi relación con ellas es muy particular, Las quiero y las respeto. La verdad es que puedo llorar de risa por cualquier pavada y me encanta esa risa que sale hasta las lágrimas y me hace doler la panza y las mejillas. A propósito, en esta Era Barbie, hay una escena al final de una de las películas de Toy Storie en que ella pregunta si puede dejar de sonreír por que le duelen las mejillas. Hermosa escena.
Y en este ir y venir de ideas: no sé si las penas se puedan elegir, como las batallas, viste que dicen todo el tiempo que las batallas se eligen, pero que sé yo, si me pongo dramática creo que hay penas y batallas que no se eligen que hay que darlas y chau, Tincho Pirincho. No importa mucho si te preparaste o no, estás ahí y ni siquiera hay tiempo para pensar, es más bien acción-reacción.
Se habrán dado cuenta que en estos días estuve pensando mucho en canciones y descubrí que hay canciones que me gustaría que fuesen un living donde echarse a descansar. Es más, desearía vivir en una canción, quisiera ser tan intensa como esas letras de Sabina que hablan del amor y el desamor, el ruido y la pasión o de envejecer sin dignidad y el viento que le levanta a Paula la pollera. Lo escucho y es perfecto para mí y sin embargo…
Hace unos cuántos años vi una peli que formaba parte de The Before Trilogy, y acá no vamos a hacer juicio de valor, yo las amé a cada una de ellas. Entre cada una de las películas pasaron 9 años, tanto en el libreto como en la vida real. Bueno, a lo que iba, en una de las pelis que creo que fue la segunda -Antes del atardecer- él le dice a ella que le gustaría grabar un video donde se muestra como transcurre la vida de una persona en el tiempo que dura una canción y esa escena siempre me dejó pensando, ¿podemos contar nuestra vida en 3 minutos y medio, con palabras, escenas o signos? Vivir para cantarlo. Diganmé cursi, pero yo podría representar mi vida con la canción “Cuando nadie me ve” de Ale Sanz. Se los tiro…
Cortá con tanta dulzura, dice una publicidad de gaseosas, pero la verdad es que el romanticismo fue un movimiento histórico que vino a aportar matices donde los sueños, las fantasías y los sentimientos tenían un lugar y a mi me encanta que haya aparecido. No digo que quiera un elefante color ilusión, pero tampoco vivir seca de eso que llamamos cursilería. A veces, un poquito, doy y demando. Y claro, también te das contra una pared, pero pienso que por los menos puedo elegir la manera de llegar a esas penas. Como pasa con las maternidades que durante años fueron inmaculadas, idolatradas y se daba por sentado que eran deseadas por toda persona con útero. Después pudimos hablar de estrías, dolores de parto, pies hinchados y contracciones con más libertad y empezamos a sacarle ¿romanticismo? a esto de parir. Cuando admitimos que hasta ir al baño en soledad es difícil mientras maternás, se nos abrió un mundo ¿o no?
Hablemos de maternidades y vacaciones de invierno: una dupla deliciosa para una buena peli. Hermoso que la pibada se quede en casa mientras el resto del mundo sigue girando sin parar y se instala el home office como una necesidad. Hermoso cuando estás poniendo a lavar ropa, atendiendo el teléfono y mientras tanto, separás las manitos de una de tus hijas de los cabellos de la otra para evitar que la deje pelada y las retás en oficio mudo solo no parecer una loca desquiciada con el proveedor que te está llamando. Fue como volver a la pandemia, pero sin pandemia. Teníamos que estar adentro pero el afuera existía y ofrecía mil cosas y lo cierto es que hijes lo sabían y demandaban. Ningún romanticismo en esto. Y me resuenan en la cabeza las palabras de Mariana Enriquez sobre la No Maternidad y la imagino en un atardecer tranquilo y cálido, leyendo un libro sin que nadie la interrumpa cada tres minutos y un poco la envidio. En cambio yo, en estas semanas fui al cine a ver Barbie, hice pororó con almíbar para la pibada propia y ajena que circulaba por casa, me ensucié las manos con pinturas para celebrar el día de les amigues porque les enseñamos la importancia de este vínculo y después hay que sostener el discurso con el cuerpo. Me disfracé y bailé como María Becerra -al menos lo intenté- y también un poco lo disfruté. Y miré a la selección en el mundial de fútbol. Y también de a ratos viví en una canción o en varias: tuve el corazón con agujeritos, bailé con la más fea, intenté volar aunque no tenga alas y fui, de a ratos, una chica Almodóvar.
Podrán decir que es pura fantasía, pero después de votar y entender que deberé seguir besando sapos que nunca se convertirán en otra cosa más que sapos, prefiero vivir en una canción antes que en un cuento, aunque estas penas no puedan elegirse, porque elegir posta es otra cosa. Elegir entre opciones que no te convencen porque no hay otra, ¿es realmente una elección? Las religiones hablan de “libre albedrío” y me pongo en papel Grondona -solo para gente de más de 40 es esta referencia- y les digo que viene de arbitrium y esta palabra viene de arbiter -juez- y sería como decir que podés elegir libre de juicios. Ponele. Si googlean van a encontrar diversas teorías sobre esto y al final nadie sabe si existe o no, así que mi duda vuelve a ser existencial y filosófica.
Y me quedo acá desesperada entre las no elecciones y las vacaciones de invierno, sumergida en mis pensamientos que van y vienen y que muchas veces creo que no encuentran cómo salir de mi cabeza. Me quedo acá con mis canciones y mis penas, mis frustraciones y mis alegrías cotidianas. Me quedo con Fito y con Sabina, sus enemistades y sus maravillosas cartas. Me quedo pensando cómo escribir algo interesante, algo que realmente valga la pena.
Por Loreley Flores
Columna «Cosas Mías»
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