3 Gatas Locas – Programa 5 – 07/05/21

Desde las bibliotecas de tejado, Mónica Parra, Maru Torresi y Lilian Alba eligen sus libros y escritores preferidos

Había una vez… había tantas veces. Érase una vez… Así, casi todas las noches de mi infancia entraba en el sueño de las palabras y las letras. Y era tal mi felicidad al sentir tanta maravilla, que comencé a vivirla.
Me adueñé de las palabras que pintaban historias,
navegué con piratas, bailé con algún príncipe de pacotilla, le tironeé los pelos a la reina de corazones para que liberara a mi sombrerero loco… Las historias crecían, y yo también.
Las noches eran cortas debajo de las sábanas, con la linterna encendida… Y de a poco, me fui enredando, me fui perdiendo en el tiempo, casi para siempre. Pero cuánto tiempo es para siempre? A veces solo un segundo.
Shhh shhh Ahi vienen, ladran… señal que cabalgamos… y entre tanto shhh shhhh me dormí. Y las letras se hicieron sueños nuevamente. .
Cuando me desperté, entre lagañas y estornudos, las palabras seguían firmes, como rulo de estatua, pero ahora, más ordenadas que a la noche. Es que las
palabras son así…hacen lo que sienten, lo que quieren. Menos mal que ellas se acomodan. Yo seguía buscando, sabía que andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
Acompañada de una taza humeante de café, me dispuse a seguir. Quería escribir una historia con otras historias que nos hicieron temblar de emoción, que nos hicieron mujeres militantes, conscientes, racionales y emocionales, ángeles y perras.
Como Tita por ejemplo, que con sus inocentes codornices en pétalos de rosas, encendió el cuerpo de Pedro. Como los protagonistas del jardín de lilas que me
enseñaron que si “Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, lo atás con ayuda de las palabras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total
general: te amo” Podés no morir de amor con estas palabras? O podes ponerte cachonda con algunos relatos marranos.
Pero también en las historias hay gentes que se cuestionan, que cuestionan, que hacen que la cabeza se quede en punto suspensivo. Como ese señor que escribió un libro para abrazos, el mismo que encendió millones de fueguitos. Ese que se plantó y dijo que el miedo del hombre es el miedo a la mujer sin miedo.
Hoy les estoy enloqueciendo. Voy y vengo de unas palabras a otras. Recuerdo, camino por muchas páginas que me envolvieron. Que hicieron que no me consuma,
que no quede en un otoño permanente. Lo que te pasa cuando trabajas siempre en lo mismo. Por ejemplo, desde mi nombramiento en la oficina, visitar los lavabos de la empresa se convirtió en un acto político. Militancia de inodoro podríamos decir.
Aunque raro, ese es mi lugar de mayor producción de ideas, de divague, de locura.
La mayor aventura es la que nos espera. Hoy y mañana aún no se han dicho. Las posibilidades, los cambios son todos nuestros, por hacer. El molde de la vida está
para romper. Porque sino, te quedás atado al miserable trabajo, a la idea chiquita, a la comodidad.
Y bueno, así estoy. Sigo aquí, perdiendo amigos, pero buscando viejos compañeros de armas. De batallas intelectuales… sigo buscando palabras y emociones en los libros. Sí señoras y señores, de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. Cada libro, cada volumen que disfrutan, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece.
Y así seguiré hasta el final de mi vida. Seguramente, algún día, en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente me encontraré a mi misma, y ésa, sólo ésa, podrá ser la más feliz o la más amarga de mis horas. Pero seguiré enredada entre palabras y páginas, disfrutando de ese olor a tinta, a hoja amarilla… Disfrutaré de mi vejez como disfruto de mi vida. Ya que como dijo otra pluma: El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. Y que más honrado que morir volando alto, con la locura de haber vivido.
No sé si entendieron algo, pero la verdad… no me importa. Sólo se trata de hilvanar palabras, entre mías y de ellos, los verdaderos protagonistas de esta noche:
nuestros libros.
Y estas tres gatas, ahora se suben al tejado para terminar de leer: Les tres gatites y sus mitones. Cosas, que tenemos pendientes…

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